Desde la más remota antigüedad, el cielo oscuro ha sido para toda la
humanidad una ventana abierta al resto del universo. A los seres
humanos primitivos les permitió observar el movimiento de los astros
para así determinar el paso del tiempo y aumentar sus posibilidades
de supervivencia. A los miembros de sociedades más avanzadas les
facilitó la posibilidad de comprender cómo es el cosmos y de qué está
hecho, para así determinar qué lugar ocupa el ser humano en él y cuál
es su responsabilidad como ser inteligente. Hemos heredado el legado
de quienes, noche tras noche, contribuyeron a configurar el
conocimiento actual de la naturaleza del universo. Tenemos, por ello,
la responsabilidad de hacer posible que su esfuerzo pueda seguir
progresando a través de generaciones futuras.
Los avances en el campo de la astronomía han supuesto siempre
innovaciones tecnológicas que han mejorado considerablemente
nuestras condiciones de vida. En la actualidad, las tecnologías
diseñadas para los grandes observatorios acaban encontrando
siempre una aplicación práctica en el ámbito de la sociedad. En este
sentido, la astronomía es un factor de progreso.
Los astrónomos aficionados asumen una importante labor,
complementaria a la de los profesionales. Contribuyen a la difusión
social del conocimiento actual del universo y hacen aquellas
observaciones que, por motivos económicos y de tiempo, resultan
imposibles de ralizar en los grandes observatorios. Una buena parte
de los descubrimientos astronómicos corren a cargo de los
aficionados.
Pero en la actualidad, y de forma creciente, el mismo progreso que los
astrónomos han contribuido a crear amenaza con hacer imposible su
labor. La causa se denomina contaminación luminosa y consiste en la
pérdida de oscuridad del fondo del cielo por efecto de la dispersión de
luz artificial. Es una amenaza para todos los aficionados y también
para los profesionales.
El problema se origina por el empleo de bombillas de alumbrado
inadecuadas, que consumen excesivamente, y de sistemas de
apantallado incorrectos, que no impiden que la luz se proyecte
directamente hacia el cielo. En las ciaudades contaminadas, las
partículas en suspensión incrementan el proceso de dispersión de la
luz, con el resultado de que sólo son visibles los astros más brillantes.
La contaminación luminosa tiene solución: sustituir bombillas y
pantallas inadecuadas, impedir nuevas instalaciones deficientes y
modificar las antiguas en la medida de lo posible. Las inversiones
necesarias se amortizan con el ahorro de consumo resultante. Con el
timepo, las ciudades gastarían menos en electricidad y disminuiría la
generación de residuos contaminantes en las centrales eléctricas, con
lo cual bajaría también el coste de su tratamiento. Combatir la
contaminación luminosa es, en el fondo, perseguir un bien social
común y preservar el derecho de las generaciones futuras a tener un
medio ambiente mejor y un cielo más puro, de acuerdo con la
Declaración Universal de los Derechos de la Generaciones Futuras de
la Unesco.
Pero para que esto sea posible, debemos exigir de las distintas
administraciones la adopción de leyes nuevas y decreots de control de
las instalaciones eléctricas. Se puede conseguir si estamos dispuestos a
poner el empeó necesario, porque nuestra propuesta supone
racionalizar una situación que sólo genera despilfarro y residuos
indeseados. A punto de finalizar la redacción de la primera Ley de
Protección del Medio Ambiente Atmosférico, nuestra determinación
puede ser decisiva. El futuro de nuestra actividad depende de ello.
Todas las personas tienen derecho a contemplar las estrellas. Ellas
son el legado de la historia del universo y también el paisaje que nos
acompaña en nuestras actividades de observación. De ellas
procedemos y, defendiendo el derecho a admirarlas, estamos
preservando la posibilidad de acceder a la visión de nuestros orígenes
y el avance de nuestro conocimiento acerca del universo. Hagamos
que la serena belleza de una noche estrellada no se convierta en un
simple recuerdo sentimental sino en una realidad accesible y
cotidiana.
|