GUIONES DE TEATRO DE MILA OYA

Dos damas en la noche por Mila Oya






      Se entiende por corona a un cerco de flores naturales o imitadas, de ramas, o de metal precioso, con que se ciñe la cabeza, y es, ya simple adorno, ya insignia honorífica, ya símbolo de dignidad. Antiguamente parece ser que la corona consistía en una rama de árbol doblada sobre sí misma, teniendo un significado sagrado, derivado del carácter sacro atribuido al árbol en las religiones primitivas. Con el paso de los siglos, la corona (que se colocaba sobre la cabeza de todos aquellos, como sacerdotes o reyes, cuyo poder emanaba de la divinidad) aun manteniendo intacto su primitivo valor simbólico, cambió su materia en oro o en plata. En Grecia, llevaron coronas los sacerdotes en las ceremonias de culto a los dioses, los héroes de la guerra, los vencedores en los juegos, los poetas y los actores. Cada dios del Olimpo tenía derecho a ostentar la corona de la planta a él dedicada: la vid para Dionisos, la encina para Zeus, el laurel para Apolo, el olivo para Atenea, el narciso para Ceres, etc. Desde el siglo VI las coronas de olivo fueron premio simbólico para os atletas victoriosos en los juegos olímpicos, y las de laurel, que más tarde fueron de oro, para los vencedores en los torneos dramáticos y poéticos.


Corona funeraria de hojas metálicas. Museo de Villa Giulia. Roma

      En la misma Grecia, y luego en Roma, la corona fue también símbolo de público reconocimiento a los méritos civiles, políticos o militares: recompensas al valor de los soldados del ejército romano (corona gramínea y obsidional), signo de honor y de gratitud para el general que celebraba el triunfo (corona triunfal, que el Senado otorgó por primera vez a Cesar, y corona oval o de ovación) o para el ciudadano a quien la patria debía reconocimiento (la corona cívica, dada a Cicerón por haber salvado a Roma de la conjuración de Catilina).

       Otras coronas que se concedían a los soldados romanos fueron la mural, de oro y almenada, que se otorgaba al que escalaba primero el muro del enemigo; la castrense, valar o vallar, de oro, que representaba un vallado y se concedía al que primero entraba en el campo del enemigo tras sortear fosos, trincheras, etc.,. y la naval, rostrada, rostral o rostrata, que se adornaba con proas, velas, etc., de naves y se otorgaba al primero que saltaba a una galera contraria.

       Coronas de laurel o de olivo, de mirto o de oro, se colocaban también, según una tradición antiquísima, sobre la cabeza de los difuntos. La corona radial o radiada servía para colocarla en las cabezas de los dioses o de los príncipes divinizados.


Célebre corona de hierro. Catedral de Monza.

      Las coronas entraron en la civilización cristiana con el mismo significado religioso. Desde los primeros siglos se depositaron en las iglesias como exvoto, siendo un claro y bellísimo ejemplo las coronas del tesoro de Guarrazar, cuya corona principal nos ofrece el nombre del rey Recesvinto.Asimismo, en las iconografías adornaron simbólicamente la cabeza de los santos. La corona continuó siendo además, el signo de la soberanía legal, considerada como investidura divina. En la Alta Edad Media la influencia del arte bizantino enriqueció cada vez más las coronas, adornadas con gemas, cristales y esmaltes. En Francia a partir del siglo XII, el arte gótico decoró las coronas con numerosos adornos de flores y de joyas, de los que nació por citar un ejemplo, la flor de lis de la familia reinante.


Corona de Luis XV de Francia. Louvre de París

       En algunos casos, el significado simbólico atribuido a la corona real se ha identificado con un tipo determinado de corona unido a una tradición particularmente antigua. Un ejemplo de esto nos lo da la célebre corona de hiero conservada en la catedral de Monza. Compuesta de rectángulos de oro y adornados con gemas y brillantes, debe su nombre a una lámina de hierro colocada en su interior y forjada, según una leyenda, con uno de los clavos de la cruz de Cristo.

      Con esta corona de hierro (que parece fue donada a la catedral de la ciudad lombarda por la reina Teodolinda) fueron coronados los emperadores en la Edad Media. Esta tradición estuvo interrumpida durante siglos, reanudándola en 1530 Carlos V que, en tal ocasión, hizo transportar la corona a Bolonia. Los últimos soberanos coronados con ella fueron Napoleón I, en 1805 y Fernando I de Austria en 1838.

      Junto a la corona real e imperial, que en cada reino tiene sus diferencias en cuanto a la ornamentación, existen las coronas esencialmente heráldicas, que sirven para distinguir los grados de nobleza y que en todos los países se parecen bastante entre sí. Las de España son; la ducal, de oro con diademas y con el círculo engastado de pedrería y perlas y realzado con ocho florones; la del marqués, de oro con cuatro florones y cuatro ramos con tres perlas cada uno; la de conde, de oro que remata en dieciocho perlas; la de barón, de oro ceñida por un hilo de perlas en espiral y con piedras preciosas entre las espirales, y la de vizconde, de oro con cuatro perlas a guisa de florones.


Corona del Sha de Persia.

       La Iglesia, además de las coronas o aureolas que coloca a los santos, manda a los eclesiásticos que se rapen el pelo de la cabeza en señal de estar dedicados a su servicio, haciéndose una tonsura de figura redonda, que será de mayor o menor tamaño según la diferencia de las órdenes recibidas.
       Mención aparte merece la corona que fue colocada en la cabeza de Jesucristo, que consistía en una ramita doblada sobre sí misma y con espinas.






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