 | Las Filípicas De Demóstenes |  |
En 358 a. J. C. comenzó en realidad la guerra contra Atenas, que duró veinte años, con
algunas pausas de tregua. A estas guerras se las denomina también sagradas, porque
el pretexto para las mismas fue el deseo de varios países de controlar los cuantiosos
tesoros del templo de Apolo en Delfos y de dirigir la Anficcionía, guardadora también
de considerable cantidad de dinero.

La primera guerra estalló cuando los focenses se apoderaron de unas tierras
pertenecientes al templo de Delfos y fueron acusados por los tebanos del sacrilegio. La
Anficcionía condenó a los transgresores a pagar una fuerte multa, pero éstos no sólo
no lo hicieron, sino que violaron el recinto sagrado y se apoderaron del tesoro. Filipo
se presentó entonces ante los griegos como vengador del dios; pero Demóstenes
consiguió convencer a los atenienses de los proyectos de Filipo que denunció en su
discurso primera filípica (351 a. J.C.).
Demóstenes contaba entonces treinta y tres años, y Plutarco explica curiosos detalles
sobre su infancia y juventud. Era hijo de un armero que murió cuando el futuro gran
orador era niño; los tutores malversaron la herencia, y cuando llegó a edad apta,
Demóstenes les puso un pleito para que se la devolvieran; pero tenía escasa voz y era
además tartamudo, lo que resultaba imperdonable para el pueblo ateniense, que
estimaba, como ya se ha dicho, la oratoria como una de las básicas condiciones de la
educación. Demóstenes, sin embargo, tenía gran fuerza de voluntad, y se dedicó
afanosamente a corregir sus defectos, y para no caer en la tentación de presentarse
entre sus conciudadanos antes de saber hablar bien se rapó la mitad de la cabeza, con
lo que su figura no era presentable. Pasó largas semanas a orillas del mar,
introduciéndose piedrecillas en la boca para vencer la tartamudez y hablando en voz
alta para tratar de dominar con su voz los murmullos de las olas. Consiguió con ello su
propósito, y vuelto a Atenas, reanudó el pleito con sus antiguos tutores convenciendo
ahora al jurado de la justicia de su demanda. A partir de entonces creció la fama de
Demóstenes como orador y como caudillo político.
Las consecuencias de la Primera filípica fueron inmediatas y los atenienses acudieron
a cubrir el paso de las Termópilas, donde fue detenido Filipo en su avance.
Para completar su dominio del mar Egeo marchó entonces Filipo contra Olinto, la
última ciudad de la Calcídica que le quedaba por dominar. Olinto pidió ayuda a Atenas,
y Demóstenes pronunció con tal motivo sus famosas Olintianas; Nos dormimos,
atenienses- decía en una de ellas-; os digo que estáis durmiendo. Pero Filipo se
apoderó de Olinto y del Quersoneso, asumió la presidencia de la Anficcionía de Delos
y vio, en consecuencia, acrecentado su poder.
En 339 a. J.C. se produjo de nuevo un atentado contra el tesoro de Delfos, esta vez a
cargo de los locrios, y la Anficcionía encargó a su presidente la venganza. Era el
pretexto que tanto tiempo había aguardado Filipo, que marchó con su gran ejército
sobre Atenas. Demóstenes volvió a subir a la tribuna y conseguió aliar a Atenas con
Tebas contra el enemigo común; pero Filipo atravesó en esta ocasión las Termópilas y
cayó sobre Elatea, plaza fuerte desde la que dominaba Tebas. En Queronea, patria de
Plutarco, se dio en el año 338 a. J.C. la batalla definitiva, en la que el ejército
macedónico demostró las bondades de su nueva organización. La caballería
macedónica, en la que figuró y a el hijo de Filipo, Alejandro, al mando de su ala
izquierda infligió tan severa derrota a los atenienses y tebanos unidos, que sin ninguna
resistencia pudieron ser ocupadas las dos ciudades. Demóstenes figuró como hoplita
en la batalla, pero no demostró tanto valor en el combate como lo había manifestado
en sus discursos. Cuando su sobrino Demócares encargó al escultor Polieuctos una
estatua en bronce de su famoso tío ( que se ha perdido, pero de la que queda una copia
en mármol en el Vaticano), se grabó al pie de la estatua la siguiente inscripción: Si tu
fuerza, oh Demóstenes, hubiera igualado a tu genio, el Marte de Macedonia no hubiera
sometido jamás a los griegos.
La venganza de Filipo recayó íntegramente sobre Tebas, en tanto que quiso atraerse a
los atenienses devolviéndoles sus prisioneros.
Al año siguiente, en 336, Filipo reunió un Congreso panhelénico en Corintio, al que
enviaron representantes todas las ciudades griegas excepto Esparta, y allí se acordó
mandar una expedición contra los persas para vengar las continuas injerencias de aquel
país contra Grecia. Pero Filipo no puedo ver realizado su ideal. Murió asesinado en un
banquete por un noble llamado Pausanias, que le había manifestado turbulencias en la
corte de Pella, cuando Olimpia, irritada por las preferencias de su marido con
Cleopatra, sobrina de uno de sus generales, la obligó a suicidarse, matando por su
propia mano al hijo nacido de la unión ilegítima.
En el número siguiente: ALEJANDRO, GENIO DE LA GUERRA.
 

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