GUIONES DE TEATRO DE MILA OYA

Enredando por Mila Oya






       Mecanismo protector mediante el cual ciertos animales que parecen dormir durante el invierno, reducen sus actividades. En su grado más alto, la hibernación es un fenómeno propio de los animales de sangre caliente (homeotermos), pero en los de sangre fría (poiquilotermos) se observan también cambios similares. En los del primer tipo se produce una preparación interna, como la formación de un depósito graso, varias semanas antes de iniciarse la hibernación. Después, cuando la temperatura atmosférica desciende a un cierto nivel, el individuo se duerme, la frecuencia cardíaca baja a unos cuantos latidos por minuto, el número de respiraciones disminuye de modo similar y la temperatura orgánica cae de forma excesiva, hasta el punto de que la piel resulta fría al tacto. En esta situación parece que está muerto, y en algunos casos se le puede manejar, incluso con brusquedad, sin que se despierte.
       El invierno, cuando la temperatura desciende por debajo del punto de congelación presenta problemas para todos los animales. Además, durante esa época suele existir una cierta escasez de alimentos. Las reacciones químicas (metabolismo) que tienen lugar en un animal de sangre fría no están tan supeditadas a una temperatura oscilante dentro de límites estrechos como en el caso de un homeotermo, pero su actividad guarda una relación directa con el grado térmico, por lo que en invierno decrece manifiestamente.
       Muchas especies deben sobrevivir bajo temperaturas invernales muy inferiores al punto de congelación, y algunas no pueden invernar en las profundidades del subsuelo o en otros lugares que permanecen más calientes que la atmósfera. En tales condiciones, es indispensable que el animal evite la congelación de sus fluidos orgánicos. Al bajar la temperatura se produce, por consiguiente, un aumento concomitante de la concentración de esos fluidos, que se unen con sustancias químicas de peso molecular elevado, tales como los muco polisacáridos tisulares. Dicha concentración de moléculas grandes hace que descienda el punto de congelación del fluido y que se evite la formación de cristales de hielo dentro de los tejidos (cristales que podrían destruir la delicada membrana celular), aunque la temperatura caiga por debajo del punto de congelación del agua. Su efecto podría compararse al del anticongelante que se añade a los radiadores de los automóviles.
       Algunos animales más sencillos se enquistan dentro de una gruesa cubierta, con lo cual pueden resistir, hasta grados extremos, el frío o la desecación.
       El control de la temperatura es mucho más decisivo en los animales de sangre caliente que en los de sangre fría. Por ser homeotermos, son capaces de mantener constante su temperatura orgánica con independencia de las variaciones ambientales. Sin embargo, este mismo hecho les hace reaccionar desfavorablemente a los cambios, incluso a los mínimos, de esta temperatura orgánica. En el caso del hombre, si baja más de unos grados, deja de funcionar el centro cerebral del control térmico, y la persona muere, a menos que se aplique con rapidez algún sistema de calentamiento externo. Todos los inviernos, la hipotermia causa la muerte de gran número de hombres y animales.




       Las especies que hibernan son mucho menos susceptibles al descenso de la temperatura corporal. Y las que han conseguido un mayor grado de especialización en este sentido pueden aceptar una caída térmica considerable, que se acompaña de una notoria disminución de la actividad metabólica. De esta forma, las reacciones químicas orgánicas sufren una notabilísima reducción y, con las reservas alimenticias almacenadas en su cuerpo, el animal es capaz de subsistir hasta la primavera siguiente. Entonces se produce un brusco aumento del metabolismo, que conduce a una rápida elevación de la temperatura tisular, hasta que vuelve a funcionar el centro cerebral de control térmico y el animal se despierta.
       Muchos mamíferos hibernan en el verdadero sentido de la palabra, es decir, que sufren un profundo descenso de la temperatura corporal, pierden la conciencia y sólo conservan las funciones automáticas. Disminuye la frecuencia cardíaca y lo mismo sucede con la respiración. Hay una marcada elevación del potasio sanguíneo, y se pueden inducir las alteraciones propias de la hibernación mediante el aumento artificial de la cantidad de potasio de la sangre. Los individuos de algunas especies se despiertan al recibir diversos estímulos externos, tales como una elevación de la temperatura atmosférica, el ruido o los movimientos físicos; pero de esta forma se origina una disminución importante de las reservas alimenticias y, si el hecho se repite con demasiada frecuencia sin acompañarse del adecuado reaprovisionamiento, acaso no se logre sobrevivir a la estación fría. Por lo mismo, para los animales hibernantes puede resultar más peligroso un invierno en el que aparezcan de vez en cuando días templados que otro en el que el frío sea continuo.
       Hay asimismo especies que duermen durante gran parte del invierno, pero sin llegar a experimentar las grandes modificaciones fisiológicas de la verdadera hibernación. Muchos roedores y murciélagos muestran una hibernación en sentido estricto, pero resulta dudoso que algunos carnívoros, por ejemplo los osos, haban algo más que dormir durante la mayor parte del período invernal, alojados en un cubil apropiado. Por esta razón, al hablar de su sueño invernal, no lo denominamos hibernación, sino letargo. Al dormir en una oquedad donde existe muy poco movimiento de aire, el animal puede mantener la temperatura orgánica, en el caso de que esté debidamente aislado y seco, gastando únicamente una pequeña fracción de la energía que necesitaría en el exterior. De esta forma, si durante el verano anterior almacenó sustancias alimenticias y durante el invierno hace alguna comida ocasional cuando las condiciones sean favorables, logra sobrevivir sin mayores dificultades.
       Los animales que muestran una hibernación verdadera suelen ser de menor tamaño que los que se aletargan durante el invierno. Por tanto, tienen una superficie corporal relativamente mayor y menos capacidad para almacenar alimentos. La hibernación permite una utilización más efectiva de las reservas energéticas disponibles.
       Sabemos todavía poco sobre la fisiología de la hibernación, pero apenas se duda de que el control básico del proceso radica en el hipotálamo. Esta zona cerebral está situada en el suelo del tercer ventrículo, por encima de la hipófisis, con la que tiene conexiones, y es el centro de la mayor parte de las actividades automáticas del organismo. Su lesión incapacita al animal para hibernar e impide las variaciones fisiológicas propias de tal estado.
       El hipotálamo constituye una fracción notable del tejido cerebral; muchas de sus células nerviosas producen hormonas que actúan sobre la hipófisis, de forma que constituyen un centro cerebral de control des sistema hormonal del organismo. El proceso de producción de hormonas por células cerebrales se conoce con el nombre de neurosecreción, y se ha demostrado que durante la hibernación hay un cambio notable en la actividad neurosecretora hipotalámica.
       Todos los animales hibernantes poseen una considerable cantidad de grasa parda entre las reservas del cuerpo. Esa grasa se encuentra en muchos mamíferos, pero sobre todo en los hibernan: en la ardilla de pedregal Citellus lateralis, supone cerca del 5% del total de grasa corporal. En un 57% se concentra alrededor de los hombros, en un 14% en el cuello, y la mayor parte del resto del organismo se encuentra en las proximidades del arco aórtico. Cuando el animal se despierta, la grasa parda contribuye al suministro de la energía necesaria y, dada su localización, calienta con rapidez la sangre de los vasos sanguíneos grandes, de forma que actúa como una especie de manta eléctrica. El despertar se asocia con la rápida pérdida de la grasa neutra de los depósitos pardos, que se utiliza para la producción de energía, y también existe un aumento considerable del catabolismo proteico en el hígado. Es probable que este proceso sea iniciado por el hipotálamo, quizás a través de la hipófisis, en respuesta a estímulos externos de distinto tipo, de los cuales, en condiciones normales, parece que el más importante está constituido por la elevación de la temperatura ambiental.
K.M.B.






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