Las Guerras Médicas

En el umbral del siglo V a. J. C. se habían formado ya las principales poleis griegas,
entre las que sobresalían, Esparta y Atenas; pero también existían otras como Tebas y
Corinto cuya influencia no era desdeñable. Por otra parte, había también las ciudades
griegas de Asia Menor, especialmente las jonias, que habían venido a caer en manos de
los persas desde los tiempos de Ciro, el cual había formado con ellas una satrapía cuya
capital era Sardes, aunque permitía la subsistencia de gobernantes autónomos.
En Atenas había triunfado definitivamente, la democracia, mientras Esparta, a la
cabeza entonces de los pueblos guerreros, presidía la Confederación del Peloponeso.
Ambas empezaban ya a pensar en ejercer la hegemonía sobre las demás ciudades. |  |
Las poleis eran pequeñas, pero codiciables, porque tenían un activo comercio y los
soberanos persas, en el plan de imperialismo que comienza con Ciro, habían de venir,
fatalmente, a pensar en la conquista de las mismas, juzgándola fácil dada su pequeñez y
su falta de unión. La colisión entre griegos y persas, que recibe el nombre tradicional
de guerras médicas, tuvo como motivo inicial la sublevación de las colonias jonias de
Asia Menor contra Darío I. Fue su promotor un tirano de Mileto llamando Aristágoras,
que intentó apoderarse de la isla de Naxos, en trance de ser anexionada por Darío. No
lo consiguió, pero sí atraerse la enemistad del poderoso soberano persa. Para luchar
contra él, se proclamó defensor de las libertades griegas y acudió a Esparta y a Atenas
para que le proporcionaran refuerzos en la lucha. Los espartanos se negaron, porque
sólo luchaban en su tierra, pero los atenienses les enviaron veinte naves y los de Eretria
cinco trirremes.
El gran historiador y geógrafo Hecateo de Mileto intentó disuadir a Aristágoras de
aquella empresa, y al no lograrlo le pidió que, por lo menos, hiciera la guerra por mar,
en donde existiría un mayor equilibrio de fuerzas. Pero el tirano de Mileto no hizo caso
del sabio, y con sus aliados preparó un ataque contra Sardes, la capital de la satrapía,
que fue tomada por sorpresa |  |
e incendiada. Pero los milesios resultaron derrotados en
Éfeso y los atenienses regresaron a su hogares, tras lo cual les fue fácil a los persas
dominar la revuelta. Mileto y las demás ciudades jonias fueron tomadas, saqueadas e
incendiadas. La población de Mileto fue deportada a orillas del océano Índico y
Aristágoras murió luchando contra los tracios. Nunca más las grandes ciudades griegas
del Asia Menor, donde había nacido la cultura y se había desarrollado de modo intenso
la riqueza, alcanzarían aquel lugar preeminente que hasta entonces habían tenido.
Darío quiso castigar la intervención de Atenas y Eretria en lo que él consideraba
asuntos internos de su país, y envió a su yerno Mardonio al mando de una expedición
terrestre; pero la escuadra que debía apoyar la acción fue deshecha por los temporales
al doblar el cabo Athos (492 a. J.C.), y Mardonio hubo de retirarse, combatido por los
tracios. Darío insistió en su proyecto, pero antes juzgó oportuno extender su
dominación a todas las ciudades griegas, y envió a las poleis heraldos que en
nombre del Gran Rey solicitaban la tierra y el agua en señal de sumisión. Algunas
pequeñas ciudades, atemorizadas, se sometieron; pero Atenas y Esparta se negaron a
acatar a Persia. En Esparta llegaron más lejos porque gastaron a los heraldos una
broma siniestra: ¿Queréis la tierra y el agua?-les preguntaron; pues tendréis las dos
cosas. Y los echaron a un pozo.
Darío se decidió entonces, instigado por los consejos de Hippias, el tirano ateniense
deseoso de regresar a su país para gobernarlo, y una nueva expedición fue preparada al
mando de Datis y Artafernes, que zarpó de Jonia a bordo de 600 trirremes, portando
unos 40000 combatientes. La escuadra eludió el cabo Athos, de tan mal recuerdo, y se
encaminó directamente a la isla de Eubea, paralela a la costa de Ática. Tras seis días de
asedio a su capital, Eretria, dos traidores, llamados Euforbo y Filagro, entregaron la
ciudad a los persas. Éstos la destruyeron, incluidos los templos, como represalia al
incendio de los de Sardes, y todos los habitantes fueron deportados a Asia.

LA BATALLA DE MARATHÓN
Después de esta victoria, las naves persas pusieron rumbo al golfo de Marathón, ya en
la península del Ática. Los atenienses habían enviado a un triunfador de los Juegos
Olímpicos, Fidípides, a buscar apoyo en Esparta. Se dice que Fidípides corrió los 240
km. que separaban a ambas ciudades en menos de cuarenta y ocho horas; pero los
espartanos, conformes en principio en prestar ayuda, se vieron detenidos por un
precepto religioso que les impedía ponerse en marcha antes del plenilunio. Atenas sólo
contó con un contingente pequeño (1000 hombres) que le envió la ciudad de Plateta, y
que se unió a los 10000 soldados que pudo poner en pie de guerra. El ejército
ateniense estaba mandado por diez estrategas (generales), el décimo de los cuales era
Milcíades, hijo de Cimón. Las opiniones entre ellos eran encontradas, pues mientras
unos creían mejor para defender la ciudad situarse en un desfiladero porque juzgaban
inútil enfrentarse con tan pocos hombres al poderoso ejército persa, otros, entre ellos,
Milcíades, defendían la tesis de salir a su encuentro. Los estrategas mandaban por
turno el Ejército, y cuando le llegó la vez a Milcíades, el ejército ateniense se encaminó
al lugar de desembarco, situado a orillas del río Caradra, entre dos parajes pantanosos,
en una llanura distante 42 km. de Atenas.
El ejército ateniense se alineó a una distancia de 1500 metros del enemigo. Milcíades
había reforzado las alas a expensas del centro con la intención de envolver al enemigo
más poderoso, porque contaba con arcos y flechas y con caballería, en tanto que el
ejército griego iba provisto de lanzas y espadas, y de escudo y casco de acero. Además
los atenienses luchaban por sus hogares y por sus dioses, entre ellos Pan, que según la
tradición inspiró a los enemigos un terror pánico. Los persas no pudieron resistir el
ataque de los atenienses y se desbandaron, muriendo 6400, en tanto que los griegos
sólo tuvieron 192 bajas, entre ellos el polemarca Calímaco y uno de los estrategas.
Los atenienses pudieron apoderarse de siete naves persas, pero los restos del ejército
derrotado embarcaron en las restantes y después de doblar el cabo Sunión aparecieron
en Falero, entonces puerto de Atenas. El ejército griego, sin embargo, embriagado con
la victoria, había retrocedido rápidamente para defender la ciudad, y pudo contemplar
desde las alturas de la misma cómo los persas viraban en dirección a las costas de Asia
Menor, llevando consigo a los deportados en Eubea que fueron establecidos por Darío
en una de sus tierras, en la Cissia.
Los espartanos llegaron cuando ya la batalla había terminado, pero se trasladaron a
Marathón porque querían ver a los medos. Cumplido su deseo, felicitaron a los
atenienses por su triunfo y regresaron a su patria sin haber combatido.
Una tradición aseguro que el mismo corredor que había andado a Esparta para solicitar
su ayuda fue el primero que llegó también a Atenas para anunciar el triunfo. El
cansancio de la larga carrera de 42 Km. fue tal, que al llegar apenas pudo decir:
¡Alegraos, atenienses, hemos vencido!, y cayó muerto. Siguiendo esta tradición, en
los Juegos Olímpicos actuales se corre una prueba llamada de Marathón que consiste
en correr esta misma distancia a campo traviesa. Tal fue la famosa batalla del
Marathón, librada el 13 de septiembre del año 490 a. J.C., y que dio tanta confianza a
los atenienses, que en lo sucesivo se consideraron iguales a los espartanos en cuanto a
luchadores en tierra firme.
Milcíades fue uno de los héroes, y aprovechó aquella exaltación para pedir setenta
naves, un ejército y una gran suma de dinero con el cual -decía- haría enormemente
ricos a los atenienses. |  HERODOTO |
La campaña, que no había declarado, iba dirigida contra la isla
de Paros, que se defendió valerosamente durante veintiséis días de asedio. De vuelta a
Atenas, Milcíades fue acusado por Xantipo, padre de Pericles, ataque al que apenas
pudo responder el héroe de Marathón porque yacía en el lecho con una pierna
gangrenada. El recuerdo de su triunfo hizo posible que se le ahorrara la pena de
muerte, pero fue condenado al pago de una multa de 50 talentos, suma que hubiera
bastado para pagar toda la campaña de los persas. Murió Milcíades al cabo de poco
tiempo y la multa fue pagada por su hijo Cimón.
Después de este hecho, se disputaron el poder en Atenas, Xantipo, Arístides y
Temístocles. Venció este último, que consiguió desterrar a Arístides, llamado el Justo,
en 483 a J. C., cuando ya en Persia, el sucesor de Darío I, Jerjes, se preocupaba de los
preparativos de una expedición de venganza contra los atenienses. Cuatro años-dice
Heródoto- tardó Jerjes en realizar colosales obras y concentraciones de tropas y naves.
Se perforó el cabo de Athos para evitar un nuevo desastre como el corrido a la
escuadra de Mardonio, y por otra parte reunió un ejército de tres millones de hombres,
procedentes de todas las satrapías del Imperio. La cifra resulta evidentemente
exagerada, pero el haber sido aceptada por los historiadores antiguos es signo de que
era numerosísima.
El déspota persa ordenó la construcción de un puente sobre Hellesponto para que
pasara el ejército, pero habiendo sido destruido por la tempestad, Jerjes mandó que se
castigara al mar con trescientos latigazos al tiempo que se le echaban cadenas para
significarle que era su esclavo. Mejor medida hubo de ser la construcción de otro
puente, de doble número de barcas, por el que pasó el ejército mandado también por
Mardonio, ante la presencia del propio rey que lloraba de emoción al ver su formidable
potencia, porque a esta fuerza terrestre había que añadir-siempre, según
Heródoto-,1207 naves.
En el número siguiente DE LAS TERMÓPILAS A SALAMINA
 

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