GUIONES DE TEATRO DE MILA OYA

Y seremos felices por Mila Oya




DESTRUCCIÓN DEL IMPERIO PERSA


       Después de la derrota, Darío escribió a Alejandro, proponiéndole el reparto de su imperio: le cedía Asia Menor y Siria hasta el Eúfrates, lo cual parecía que había de colmar la ambición del macedonio , y tal fue la opinión de algunos de sus consejeros, especialmente de Parmenion; pero Alejandro se encontraba ya lanzado hacia el triunfo final, y no aceptó la propuesta del autócrata persa.


       Sin embargo, en lugar de perseguirle hasta el corazón de Asia, donde se había refugiado, prefirió seguir el camino de la costa, para tener la seguridad de que los puertos mediterráneos no serían bases de la escuadra persa, todavía navegando por el Egeo. Ninguna ciudad de Siria le ofreció resistencia salvo Tiro, que hubo de sitiar durante siete meses (332), dando lugar a una nueva manifestación de la cólera del macedonio que ordenó el sacrificio de toda la guarnición y la venta como esclavos de la población no combatiente.

       Alejandro entró después en Jerusalén y marchó hacia Egipto; el general persa encargado de su defensa se le rindió en Pelusium, después de lo cual Alejandro llegó a Menfis, que lo recibió como un libertador. En Egipto manifestó el macedonio la profundidad de su pensamiento asimilado de Aristóteles; por un lado, quiso atraerse a los egipcios titulándose rey del país y acudiendo a consultar al famoso oráculo de Amón en el desierto, donde según la tradición, habló con el espíritu de su padre. Por otra parte, fundó una ciudad con su nombre -Alejandría-, una de las muchas que mandó construir con la misma denominación, pero la única que ha llegado hasta nosotros. Establecida en favorable situación en el delta del Nilo, se convirtió en la capital de los Lágidas y en foco importantísimo de la cultura alejandrina. Y todavía hoy, con más de millón y medio de habitantes, expresa claramente el éxito de su creación.

       Siempre siguiendo las ideas científicas que Aristóteles le había imbuido, Alejandro mandó una expedición a las fuentes del Nilo para que averiguara las causas de las misteriosas inundaciones. Los resultados de este viaje fueron comunicados al maestro de Estagira con gran contento suyo, al contar con una explicación racional del hasta entonces oscuro fenómeno que se atribuía a los dioses.
       Pero estos hechos no apartaron a Alejandro del verdadero objetivo de su campaña, que consistía en la destrucción del Imperio Persa y la extensión de la civilización griega por Oriente. A comienzos del 331 a. J. C. salió Alejandro de Egipto y marchó a Tiro, donde reorganizó el ejército, y se encaminó después hacia Mesopotamia. Darío, en un desesperado esfuerzo, había reunido un ejército compuesto en su mayor parte de soldados procedentes de las provincias orientales.

      Siguió Alejandro el camino del norte del "Creciente Fértil", región bien regada y abundante en pastos para la caballería, atravesó el Éufrates y se encaminó hacia el valle del Tigris, que también cruzó para encontrarse con el ejército de Darío. A 50 kilómetros de la ciudad de Arbelas, en la llanura de Gaugamela, se enfrentaron en un último combate griegos y persas, el 30 de septiembre del año 331 a. J.C., y como en las dos ocasiones anteriores, el triunfo correspondió al ejército más preparado y mejor dirigido, victoria debida en especial a la acción de la caballería macedónica.
       Darío huyó hacia Persia, mientras Alejandro seguía el valle del Tigris y entraba en Babilonia que lo recibió entusiásticamente, a lo que correspondió, como en Egipto, tratando con deferencia a sus autoridades civiles y religiosas. Siguió luego hacia Susa y Persépolis, ciudad esta última que mandó incendiar después de saquearla en una noche de orgía, nueva venganza del incendio de la Acrópolis de Atenas. Todavía no podía estar seguro Alejandro, sin embargo, mientras viviera Darío, por lo que en el año 330 salió en su persecución hacia el Norte; pero un sátrapa, llamado Bessos, de la Bactriana le había asesinado, esperando tal vez congraciarse así con el vencedor. Alejandro no obtuvo más que su cadáver, que mandó enterrar con honores reales en la tumba imperial de Susa, después de haber entregado a Besos a la venganza del hermano de Darío, quien le mandó matar después de torturarlo.



       En Susa se acabó de completar el pensamiento de Alejandro: ahora era rey de Asia, y no de Macedonia ni de los griegos, lo que quiso demostrar adoptando el traje y el ceremonial de los reyes persas, y casando con tres princesas de la familia aqueménida: Roxana, hija de un príncipe de Sogdiana, de la que tuvo un hijo póstumo; Stateira, hija de Darío III, y otra princesa, de nombre desconocido, hija al parecer de Artajerjes III. Para confirmar más esta fusión de lo griego y lo asiático, patrocinó las uniones de sus generales y soldados con mujeres asiáticas, y aunque se ha exagerado la cifra de estas uniones- se ha llegado a decir que fueron unas 10. 000-, las excelentes condiciones que ofrecía el soberano incitaron a muchos a aceptarlas: se perdonaba las deudas a los soldados que se casaran con asiáticas y se les regalaba, además, una copa de oro, mientras sus mujeres recibían, a costa del Estado, una espléndida dote.
       Hubo griegos, sin embargo, a los que estas medidas no satisficieron. Un comandante del ejército llamado Filotas, hijo de uno de los generales más estimados de Alejandro, el ya citado Permenion, tramó una conjura contra la vida del macedonio; pero descubierta a tiempo perecieron los conspiradores, incluso el propio Parmenion.

En el número siguiente: MUERTE DEL CONQUISTADOR.




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