GUIONES DE TEATRO DE MILA OYA

Dos damas en la noche por Mila Oya









      Marcel Proust, París (1871-1922), snob, aficionado a los salones de la nobleza, asmático, discretamente homosexual y un loco de la literatura.
      Marcel Proust era un joven católico, aunque de padre judío, amante del buen vivir, de las fiestas y de la vida en sociedad. Sumergido en las frivolidades de la Francia de final de siglo permanece toda su juventud, hasta la muerte de su padre (1903). Esta pérdida afecta de sobremanera a su delicada salud y cuando dos años más tarde su madre fallece, Proust decide cambiar de vida y se sume en la soledad cada vez con más intensidad. En 1906 encuentra su auténtico camino literario y busca el recogimiento que necesita para recorrerlo, en un cuarto con las paredes revestidas de corcho, para protegerse de los ruidos que pudieran turbar su equilibrio físico y psíquico, cada vez más precario. En su encierro que duraría hasta el final de sus días, comienza a escribir su extensísimo: En busca del tiempo perdido, que paulatinamente fue publicándose por partes, hasta que se pudo dar por terminado con la llegada de su muerte.


     Junto con James Joyce y Kafka, Proust significó la expresión más importante de la crisis de la moderna civilización burguesa. Por la energía intelectual que preside su estructura, por la manera inevitable de definir y analizar la esfera de las sensaciones y de los sentimientos más recónditos, su: A la recherche du tempes perdu, es una obra absolutamente original

En un intento de representación sintética, análogo al de Balzac, Proust, proyectó sobre la vida de la sociedad de su época, una mirada tan perspicaz y penetrante como la de un Saint-Simon y expresó los grandes temas de la pasión amorosa con un acento doloroso y cruel, semejante al de Racine y Baudelaire. Por otra parte abrió nuevas e inmensas perspectivas al lenguaje narrativo moderno, del que es maestro.

     ¿Me atreveré con un libro de esta envergadura?, me pregunto con la primera parte, Por el camino de Swann, en las manos. Después de echarle un vistazo a la biografía de un autor tan excéntrico y sofisticado, no se hace muy apetecible la incursión en tan abultado volumen, con letra muy menuda, con casi ningún dialogo y capítulos interminables

     Se presenta la lectura como una tarea tediosa e infinita. Las frases son larguísimas, los adjetivos se suceden vertiginosamente y cuando se alcanza al fin el verbo ya casi no se recuerda a que sujeto se refiere.
     ¡Realmente extenuante!
     Mas después de la primera hora de lucha a brazo partido con este extravagante autor, la visión de Marcel Proust cambia repentinamente.

     No solo el estilo depurado, perfeccionista, nos atrapa, es la profundidad sicología de los personajes la que nos fascina, es ese estudio minucioso de la memoria humana, lo que nos embelesa.

     El recuerdo, sobre todo el involuntario, el que acude a nosotros por un sabor, un ruido o un repentino efecto de luz, es el fin y el medio de la literatura de Proust. El sabe como nadie expresar los sentimientos del alma humana cuando evoca lejanas sensaciones y nos los comunica con tal nitidez, que podemos percibirlos alojados en estómago o golpeándonos el pecho.
     Sus vivencias rememoraran las nuestras, sus experiencias se identifican con las del lector y a veces nos preguntamos, cómo es posible que siendo tan distintos, de que perteneciendo a lejanas sociedades, o a tiempos remotos, sintamos el mismo estremecimiento, ante el amor, el odio o la indiferencia que cualquier otra persona.

     Prost no olvidaba nada. En busca del tiempo perdido, repasa su vida desde la infancia y a la vez, repasa la nuestra, con sus dulzuras y amarguras, con sus victorias y fracasos. Lentamente se consumen las hojas, es verdad que la lectura es fatigosa pero pronto olvidamos el esfuerzo y solo recordamos a Prost, el autor de la memoria.

     Marcel Proust: snob, aficionado a los salones de la nobleza, asmático, discretamente homosexual, maniático de la literatura, profundo conocedor de la naturaleza humana, un verdadero poeta, poseedor de una sensibilidad sin límites y un mago de las palabras.

     Y podría seguir escribiendo maravillas sobre el Camino de Swann y sobre la mano que trazó este sendero, pero necesito todo mi tiempo y mi concentración para leer y comprender el seductor mundo de la mente humana.




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