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Érase que se era
un dragón muy despistado.
De tan despistado que era
siempre andaba extraviado.
Un día que se perdió,
en el bosque de las hadas,
a un enano se encontró
que le llamaban Tragaldabas
Tragaldabas tenía hambre,
como era costumbre en él
e iba cantando enfadado:
-¿Quién podrá darme de comer?
El dragón muy despistado,
sin verlo lo rebasó,
hasta que escuchó un alarido
tan bruto que lo sobresaltó.

-¡Maldito dragón despistado!
¡Me has pegado un pisotón!
Si no fuera porque tengo hambre
me vengaría ¡Por mi honor!
-Lo siento- dijo extrañado,
el gigantesco dragón,
al ver como un enano osaba
alzarle sin temor la voz-
Soy un dragón despistado
y siento haberte dado un pisotón
pero no han derecho a que me hables
en ese tono bravucón.
No olvides que eres enano
y yo un gigantesco dragón
y te puedo lanzar una llama
y dejarte hecho un tizón.
-¡Caray con el dragoncito!-
murmuró Tragaldabas.-
Hay que hablarle despacito
no vaya a ser que el maldito
me suelte una buena patada.
-Estimadísimo dragón,
se presenta Tragaldabas,
el enano más tragón
pero de buen corazón
y amigo de todas las hadas.
El despistado dragón
quiso a su vez presentarse
pero su memoria falló
y aunque lo intentó e intentó,
de su nombre no consiguió acordarse.
-¡Menudo un problemazo
que tiene este dragón!
No acordarse de su nombre,
ni del lugar donde nació.
Amadísimo amigo,
creo os puedo ayudar.
A cambio de mis servicios,
este manjar me habréis de asar.
-Querídisimo Tragaldabas,
¿es acaso eso verdad?
¿Me acordaré de mi nombre
de mi origen, de mi hogar?
-¡Eso está hecho, muchacho!
No olvides que soy genial.
Utilizando mis contactos,
nada me puede fallar.