5
La voz de Flor se agotó.
El relató había concluido.
El dragón no dijo nada,
permanecía pensativo.
Hasta que al final saltó
y bramó hecho un basilisco.
-¡Ves como tengo razón!
Ya nadie respeta a un dragón
si no ruge enfurecido.

No entiendo como este Ramón,
en vez de marchar al Japón,
no se comió al enano guasón,
como voy a hacer yo ahora mismo.
Flor comenzó a hablar.
¡No había tiempo que perder!
Otra historia debía contar
si quería conservar la piel.
-Puede que tengas razón.
Era muy extraño el relato
pero me da el corazón,
que este que está en color,
es bastante mejor
y mucho más sensato.
El dragón se tranquilizó.
Ocupó de nuevo su banco.
Con la lengua se relamió,
observó golosamente a Flor
pero decidió escuchar otro rato.
1
Érase que se era
en un hermoso lugar,
un caballero gallardo,
al que todos llamaban Juan.
Juan venía una tarde
en su caballo de pescar,
cuando se topó con una rana
que no dejaba de protestar.
-¿Que tienes ranita hermosa?
Que no dejas de llorar.
Yo soy Juan, un caballero gallardo
y aunque de mente tardo
y aunque algo estrafalario,
a las doncellas me gusta ayudar.
Son una ranita encantada,
hechizada y engañada,
por una bruja malvada
montada en un corcel.
-¡Esa noticia me asombra!
Pensé que siempre era norma
de las brujas obligada,
volar por lo aires en escoba,
bien robada o regalada.
-No tiene mayor importancia-
replicó la ranita-
si van en corcel, en escoba,
en avión o a patitas.
Lo único importante,
es que si te descuidas te calcan,
un hechizo ultrajante
del modo más repugnante
y sin apenas enterarte
te han convertido en rana.
¡Es francamente humillante!

-¡Estás en lo cierto, batracio!-
exclamó el gallardo Juan-
Hay tanto canalla suelto
que si no anda uno despierto
y se descuida un momento,
te convierten en asquerosa rana.