Todos se esforzaban en encontrar algo a lo que agarrarse e impedir el definitivo avance hacia el punto de cita pero la velocidad a la que recorrían la laguna les impedía engancharse a alguna rama o roca. Al fin, aunque todos deseaban impedirlo, fueron catapultados por una energía casi atómica desde el lodo de la charca a la odiada orilla.
       -¡AAAYYY!
       El grito fue unánime porque el golpe fue superior.
       La fuerza misteriosa del cuento había cumplido su cometido a pesar de que todas aquellas pequeñas voluntades se habían negado a ello. Uno a uno se fueros separando y ocupando un lugar entre las aguas de la rivera aguardando acontecimientos. Los últimos en respirar el aire puro fueron Jose y su amigo el sapo que formaban el compungido corazón del amasijo de cuerpos. Cuando consiguieron incorporarse en sus rostros podía leerse con claridad lo que sentían: pena y frustración. Jose no quería llorar pero una lágrima, fruto de la rabia de no poder conseguir el sueño de su amado sapito, se asomó a su ojo empapado por el agua de la laguna y se mezcló con otras gotas de líquido de origen bien distinto.
       Una chica coronada y ataviada con una descomunal mochila de campaña, se acercó al lugar de los hechos.






       -¿Eres la princesita?- le preguntó el niño sorbiéndose los mocos.
       -Sí.- respondió ella con una voz lánguida y triste, muy triste.
       -No te apenes- dijo Jose- Aquí está tu sapo.
       Y al escuchar estas palabras la joven princesita rompió en un desconsolado llanto.
       El sapo que se hallaba a sus pies y todos los habitantes de la charca que estaban apoyados en la orilla como si de un palco se tratara, se miraban extrañados pues no esperaban semejante reacción de la protagonista del cuento.
       Fue Jose el que se dirigió a ella.
       -¿Qué es lo que te sucede?
       La princesita sin dejar de llorar y entre constantes hipidos le explicó sus pesares




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