Los ángeles son seres espirituales o celestes conocidos en la mayoría de las religiones. Normalmente los ángeles, en cuanto opuestos a los demonios, son benéficos para lo humano y terrestre, y frecuentemente se cree que actúan como agentes o mensajeros de los dioses o de Dios. Suelen estar organizados en jerarquías.
      El Corán menciona con frecuencia a los ángeles, que son vistos como seres celestes que viven en un mundo sobrenatural. Aunque muchos en número, cuatro de ellos, que son arcángeles, tienen particular importancia: Gabriel, que ayudó a traer el Corán al mundo; Miguel; Israfil, que tocará la trompeta final al fin de los tiempos; e Israil, el ángel de la muerte. Otro arcángel, Iblis o Satán, cayó de esa posición por desobedecer el mandato de Dios de inclinarse ante Adán y Eva en el Jardín del Edén y sufre las consecuencias de tal suceso. Los ángeles normales son superiores a los seres humanos en general, pero inferiores a los profetas, y aunque están más cerca de Dios no pueden conocerle de verdad, mientras que los seres humanos fieles sí pueden.
      También el judaísmo nos habla de multitud de ángeles. Desde la época del Segundo Templo (c. 515 a. C.-70 d. C.), el judaísmo tradicional ha incluido la creencia en los ángeles que alaban a Dios, protegen a los fieles y cumplen los mandatos y misiones divinas; otros son malos, desterrados del cielo debido al orgullo o concupiscencia. Sin embargo, la prevalencia y papel concreto de los ángeles varía, incluso en la Biblia, donde a veces no es claro que el hebreo "malakh" (mensajero, humano o sobrehumano) signifique "ángel".
Los ángeles apenas son mencionados en el material sacerdotal del Pentateuco o en la mayor parte del corpus profético, pero son relevantes en Ezequiel, Zacarías y Daniel. Igualmente, aunque ausentes de la Misná, otras partes de la literatura talmúdica de época posbíblica discuten la naturaleza y función de los ángeles. Así, formados en el segundo o quinto día de la creación, los ángeles pueden volar, hablar hebreo y predecir el futuro; aunque innumerables, hay cuatro arcángeles únicos: Gabriel, Miguel, Rafael y Uriel. Los textos místicos van incluso más allá, considerando a los ángeles como emanaciones de luz divina, mientras que el filósofo judío medieval Maimónides los equiparaba a las inteligencias incorpóreas de Aristóteles. En la época moderna, el judaísmo conservador y el reformista tienden a considerar la angeología tradicional como el producto de una época pasada; debe ser descartado o interpretado simbólicamente. Sin embargo, el judaísmo ortodoxo todavía mantiene la creencia en los ángeles con una literalidad que varía.
      En el pensamiento bíblico los ángeles son mensajeros humanos o divinos de Dios, que se distinguen por su función (el griego "angelos" significa sencillamente mensajero) más que por su aspecto exterior. Su papel es comunicar o llevar a cabo la voluntad de Dios para los individuos o las naciones.
En el Antiguo Testamento Dios está también representado de manera especial por el "ángel de Yahvé", que a veces no se distingue de él. Los ángeles individuales a quienes se ha confiado la voluntad de Dios para la humanidad forman parte de la incontable multitud celeste de ángeles que continuamente le adoran y alaban. En el Nuevo Testamento los ángeles están implicados en los anuncios del nacimiento y resurrección de Cristo, y vienen a fortalecerle en momentos de crisis como sus tentaciones en el desierto y la agonía de Getsemaní antes de la crucifixión. También se dice que existían ángeles de la guarda para todos los individuos y para las iglesias. Toman parte en el juicio final de Dios al mundo, pero como seres creados se afirma que son inferiores a Cristo. Las alusiones del Nuevo Testamento a una jerarquía en los ángeles, con Miguel como arcángel jefe, están considerablemente desarrolladas en las especulaciones de la literatura posbíblica judía y cristiana, que también desarrolla la idea de los ángeles demoníacos o caídos mencionados en el Génesis 6, que es el caso de Satán o Satanás que es el ángel caído personificación e instigador del mal. El término deriva del verbo hebreo "satan", que significa oponerse.
La traducción de los Setenta de "satan" por "diabolos" dio origen al término diablo. Ambos términos se emplean generalmente como sinónimos. Satán es la personificación del mal y las cualidades negativas de la humanidad. Es entendido como tentador, impostor y mentiroso, como la causa de los sentimientos y acciones inmorales y que tiene poder de muerte y destrucción sobre los cuerpos y almas de los seres humanos.
En la literatura judía, Satán residía junto con otros poderes demoníacos y negativos en la atmósfera inferior. El cristianismo ha considerado el infierno, lugar de atroz tormento debajo de la tierra, como el lugar que habita Satán. El término Satán aparece por primera vez en el Antiguo Testamento, donde significa inicialmente adversario u oponente y se puede usar tanto para seres humanos como para ángeles. En este último caso, el término describe una función similar a la del fiscal en un tribunal legal. Hacia el final del período del Antiguo Testamento, y especialmente durante el período intercanónico, Satán llegó a ser más estrechamente identificado con el mal. Esta tendencia se debió probablemente a la influencia del dualismo persa. En el Nuevo Testamento la identificación de Satán con el mal continúa y se fortalece. A Satán se le entiende como opuesto a Cristo y es visto como una fuente de tentación. Existe también cierta especulación relativa a los orígenes de Satán y discusión sobre su definitiva derrota escatológica que ha comenzado con la muerte y resurrección de Cristo. Otras muchas religiones cuentan con un concepto similar del mal personificado. Así, en el Corán encontramos los conceptos de "Shaytan" e "Iblis". Estos dos conceptos cubren la mayor parte de los significados contenidos en el concepto judeocristiano de Satán. Las principales diferencias están en que Satán es acusado de oponerse a la revelación divina y que la causa de su caída es su negativa a inclinarse ante Adán. Una personificación similar del mal se encuentra también en el budismo en forma de "Mara". Este ser posee muchas de las cualidades de Satán pero se diferencia en que no es un ángel caído.





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