 | EL REY FILIPO II |  |

Arquelao murió asesinado en el año 399 a. J. C., el mismo de la condena de Sócrates, y
a su muerte se abrió un período oscuro, de agitación e inseguridad que duró cuarenta
años, hasta el advenimiento al trono de Filipo II, el auténtico creador de la grandeza de
Macedonia. Filipo II nació, al parecer, en 382 a J.C., y gobernó Macedonia a la muerte
de su hermano, en 360 a. J. C., primero como regente de su sobrino Amintas, y más
tarde como rey. |  |
Había pasado su juventud en Atenas y en Tebas, como rehén de
guerra, y así había tenido ocasión de captar la grandeza de la civilización clásica
helénica. En Tebas, además había conocido la estrategia de Epanimondas y se había
convencido de la necesidad de forjar un fuerte instrumento militar para llevar a efecto
la gran idea política que había concebido: la unificación de todas las poleis griegas,
debilitadas por la guerra civil y amenazadas constantemente por el imperialismo persa.
Después de esta unificación, llegaría el momento de presentarse como paladín de la
idea griega y de vengar sobre los persas las injurias recibidas de aquel pueblo
bárbaro.
Filipo II estaba casado con Olimpia, mujer de carácter sombrío y vengativo, con un
matiz de crueldad que fue heredado por su hijo Alejandro, como habrá ocasión de
comprobar más adelante.
Cuando Filipo regresó a Pella, y se hizo cargo del gobierno, dedicó todos sus afanes a
la formación de un ejército. Hasta entonces las fuerzas militares de los macedonios se
basaban principalmente en la caballería integrada por jóvenes de la clase noble. Filipo
añadió a esta arma una potente infantería formada por campesinos a los que
consideró, en el campo de batalla, igual que a los nobles.
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Es famosa en la Historia la unidad por él creada que fue la base de su ejército: la
Falange macedonia, constituida por 4096 hombres distribuidos en 16 filas de 256
guerreros cada una. Llevaban estos hoplitas una coraza o armadura como
protección, y como armas ofensivas una espada corta y una lanza que medía más de
seis metros de longitud. Las cinco primeras filas empuñaban esta formidable pértiga
con las dos manos, pasando aquélla entre los cuerpos de los infantes. |
Los soldados que
se encontraban más atrás apoyaban la lanza en sus hombros, dispuestos a bajarla en el
caso de que cayeran los infantes que se encontraban en los primeros lugares.
Aquel nuevo cuerpo de ejército carecía de movilidad y de agilidad de maniobra puesto
que sólo combatía de frente, actuando como un tanque erizado de puntas que no podía
dar la vuelta y sólo era temible en una dirección.
Filipo, justo es reconocerlo, completó aquellas formaciones con dos cuerpos de
caballería. Los hispaspistas, que eran caballería ligera, estaban encargados de
hostigar a los enemigos iniciando el combate, escalando colinas, apoderándose de los
atrincheramientos y combatiendo con preferencia los flancos. Cuando se consideraba
que el enemigo se encontraba bastante desmoralizado, avanzaban las lanzas. Si el
enemigo aún ofrecía resistencia, entraban en combate los heterios, nobles fieles
amigos del rey, que constituían la caballería pesada, famosa por sus cargas al galope.
Además de estas formaciones, Filipo contaba con varios cuerpos de tropas
mercenarias, ligeras, que flanqueaban las falanges, y de algunas máquinas de guerra
destinadas a sitiar fortalezas y abatir murallas.
El servicio militar en Macedonia era obligatorio para todos, lo que confirió a este país
una evidente superioridad sobre las agotadas poleis griegas, castigadas por la larga
guerra civil, después de haberlo sido ya por las Guerras Médicas.
Pero el ansia de poder de Filipo necesitaba todavía de dos elementos importantes: en
primer lugar, dinero, siempre el nervio de la guerra, y después el dominio del mar para
poder abatir la innegable superioridad de Atenas en este medio. Para conseguir lo
primero, emprendió Filipo unas campañas contra los bárbaros del Norte de su reino
-ilirios y escitas- que vivían en comarcas ricas en oro, al tiempo que cortaba la ruta
comercial que seguían los griegos para enlazar con sus colonias de las costas de los
Dardanelos y del mar Negro.
La democracia ateniense se hallaba, como siempre, dividida. Existía un partido
panhelénico, dirigido por Isócrates, que vivió entre los años 436-338 antes de
Jesucristo, y que defendía la unión de todas las poleis bajo el mando de Filipo, tal
vez pagado por él como aseguraban sus enemigos. Éstos formaban el partido
patriótico, y su jefe fue Demóstenes (384-322 a. J.C.), que atacaba a Filipo
presentándolo como un bárbaro ambicioso, cuyo objetivo consistía en la opresión de
todos los pueblos griegos .

Filipo comenzó la campaña apoderándose de Anfípolis -protegida por Atenas, aunque
entonces no fue defendida- y de las minas de oro cercanas a la misma, tras lo cual
cayeron en su poder los puertos de Pydna y Potidea, en la península Calcídica, con lo
que tuvo las bases navales precisas para rivalizar con la potencia marítima ateniense.
Siguió a continuación la conquista del monte Pangeo, rico en minas de plata, y fortificó
allí una antigua ciudad llamada Crénides que fue bautizada con su propio nombre:
Filipos. Con aquellas conquistas previas, Macedonia se convirtió en el país más rico de
Grecia y Filipo, utilizando hábilmente y de modo alternativo el dinero y la fuerza, fue
atrayéndose a su causa a gran número de ciudades, atemorizadas ante su poder.
En 358 a. J. C. comenzó en realidad la guerra contra Atenas, que duró veinte años, con
algunas pausas de tregua. A estas guerras se las denomina también sagradas, porque
el pretexto para las mismas fue el deseo de varios países de controlar los cuantiosos
tesoros del templo de Apolo en Delfos y de dirigir la Anficcionía, guardadora también
de considerable cantidad de dinero.
En el número siguiente: LAS FILÍPICAS DE DEMÓSTENES.
 

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