JUAN DE VALDÉS LEAL
La imposición del nombre de Jesús, que es el título de este óleo sobre lienzo, de 105 x 76
cm, es una de las obras pictóricas más recurridas para ilustrar postales navideñas desde
que en 1991 fue dada a conocer en una exposición que sobre la obra del autor se
realizó en Madrid y Sevilla.
Juan de Valdés Leal (1622-1690) es, junto a Murillo, uno de los máximos
representantes de la pintura barroca en España.
De origen sevillano, se formó en Córdoba donde realizó sus primeras obras (serie de
las clarisas de Carmona, h. 1653), estableciéndose definitivamente en la ciudad del
Betis a partir de 1656. Su estilo, más preocupado por la expresión que por la belleza,
muestra una gran personalidad y magníficas dotes como colorista pero resulta desigual
por las frecuentes incorrecciones del dibujo. El dinamismo predomina en sus
composiciones, generalmente recargadas y enfáticas, aunque su nombre se ha
vinculado, sobre todo, a lo tétrico y lo macabro, a causa de los cuadrados dedicados a
las Postrimerías de nuestra vida (Jeroglíficos de nuestras postrimerías), que pinta
para el Hospital de la Caridad, de Sevilla, por encargo de su fundador don Miguel de
Mañara. En ellas, su realismo es truculento y extremado con la intención de recordar al
espectador su último fin y la vanalidad del esplendor terreno, siguiendo un sentimiento
moralizante que también imperó en nuestra literatura del Siglo de Oro.
Para entender mejor a este pintor deberíamos acercarnos a lo que significó realmente el
barroco. Este término, o su acepción castellana, barrueco, que significa perla irregular,
tiene su origen en la lengua portuguesa. Apareció por primera vez en Francia en el
siglo XVIII como sinónimo de irregular, con matiz peyorativo, y fue empleado por los
tratadistas neoclásicos para calificar de extravagantes y ridículas las formas artísticas
producidas en el siglo XVII y parte del XVIII. A finales del siglo pasado, el término
adquirió su actual significado, gracias a la valoración positiva de este período realizada
por los investigadores alemanes, los cuales definieron el barroco como un estilo
original, con entidad propia, rechazando la consideración anterior de mera
prolongación decadente del Renacimiento, en el que el recargamiento decorativo
suplía la falta de creatividad. |  Sueño de San Fernando |
Sin embargo el barroco no es únicamente una corriente estilística, sino un concepto
histórico cultural que define un momento de la civilización humana. Es, por tanto, una
época derivada de una situación histórica en la que se dan unas necesidades vitales y
unos condicionamientos económicos, políticos y sociales determinados. Esto supone
una actitud distinta que se ve reflejada en todo tipo de actividades y da origen a una
nueva cultura , de la que el arte es una de sus manifestaciones.
Cronológicamente se inicia en las últimas décadas del siglo XVI, tras el agotamiento
del manierismo, y se extiende hasta el rococó, que surge en los años centrales del siglo
XVIII como culminación del barroco, y que dará paso a la reacción neoclásica de la
segunda mitad del siglo. Desde el punto de vista geográfico, el barroco tiene su origen
en la mitad occidental de Europa, desde donde irradia su influencia a la América
hispana y al resto del continente europeo.
En el espacio y el tiempo citados, se producen una serie de situaciones históricas que
propiciarán el nacimiento y las características del barroco. Por un lado, la escisión
religiosa motivada por la Reforma protestante y la Contrarreforma católica, y por otro,
la consolidación de las monarquías absolutas. Ambos elementos, religioso y político,
coinciden en la centralización del poder y su deseo de influir sobre el pueblo, por lo
que necesitan de un arte que cumpla una función propagandística al servicio de sus
fines: la captación de los fieles y la demostración del prestigio y la indiscutibilidad del
soberano. Del mismo modo, los países protestantes y aquellos en los que la burguesía
enriquecida por el comercio constituye la clase dirigente, buscan en el arte la
plasmación de su ideología y su sistema de vida. Y es el conjunto de todos estos
factores lo que configura la existencia del barroco, es decir su pluralidad expresiva, su
carácter persuasivo y emocional, su sentido comunicativo y su acercamiento a la
realidad del hombre.
El barroco en España, se inicia en los primeros años de la segunda mitad de siglo y
culmina bajo el reinado de Carlos II, se caracteriza por el abandono de los contrastes
luminosos y el gusto, cada vez más acentuado por la libertad de ejecución y la riqueza
cromática. Esta evolución es debida principalmente a la influencia de la escuela
flamenca que, unida a la ya tradicional inclinación de los pintores hispanos hacia lo
veneciano, propicia el estilo dinámico y escenográfico, generalmente poco interesado
por el realismo concreto que se desarrolla en España en esos momentos. |  Sueño de San Fernando (detalle) |
Desde el punto de vista temático, se mantiene el predominio de los asuntos religiosos,
plasmados ahora en grandes cuadros de altar con aparatosos rompimientos de gloria,
quedando relegados a un segundo plano los restantes géneros, entre los que cabe
destacar el retrato, derivado del velazqueño y de la concepción elegante y refinada de
Van Dyck, y el bodegón, algo más rico y movido, que presenta en ocasiones un
sentido moralizante, recordando al espectador la caducidad de los bienes terrenales.
Desaparecido el foco toledano y sin figuras de relieve en Valencia, únicamente Madrid
y Sevilla conservan su condición de centros pictóricos importantes. Y en Sevilla nos
encontramos con la figura de Murillo y del autor que nos ocupa: Juan de Valdés Leal.
Ahora que ya nos hemos situado en el espacio de tiempo en el que se desarrolló la
labor pictórica del autor y que conocemos al menos someramente las circunstancias
políticas y religiosas que caracterizaron este periodo, podemos acercarnos más a La
imposición del nombre de Jesús y fijarnos en todos los detalles de este hermosísimo
óleo.
 La imposición del nombre de Jesús |
Por las características de su estilo podemos considerarlo como una producción tardía
del autor. Parece ser que por sus reducidas proporciones era una obra destinada a la
devoción privada, y por otra parte podemos pensar que su iconografía está inspirada
por el pensamiento jesuítico.
Esta escena tiene como remoto precedente la pintura de gran formato realizada en
1606 por Juan de Roelas para el retablo principal de la iglesia de la casa profesa de los
jesuitas de Sevilla, que Valdés conocía sin duda. Valdés Leal , a la hora de describir la
iconografía de esta obra, se atiene fielmente a las directrices que señalan la forma con
que se debía pintar la circuncisión del Niño Jesús. |
Indica Pacheco que la Virgen, se
fue a purificar al templo de Jerusalén y que ella misma circuncidó al Niño Jesús por su
mano y le puso el nombre en el mismo lugar, no habiendo más testigos que su esposo
José y los ángeles del cielo. Que la Virgen hiciese este oficio es opinión constante de
muchos santos y autores y la que pretendo seguir, la cual he oído predicar a muchos
varones doctos y entre ellos al padre Juan de Pineda en la casa profesa.
En la representación se advierte que el paño y el cuchillo que sostiene un ángel están
visiblemente ensangrentados, prueba evidente de que la circuncisión ha sido realizada,
mientras que la ausencia del sacerdote indica que la Virgen ha actuado como oficiante.
En la parte superior de la pintura aparece un rompimiento de gloria inundado de tonos
áureos, donde una orla de ángeles envuelve el anagrama del nombre de Jesús
resplandeciendo a la manera del astro solar. De este modo se vincula la ceremonia de
la circuncisión con la imposición del nombre de Jesús al Niño, exaltándose también a
través de su anagrama el coincidente emblema de la orden jesuítica. |  La imposición del nombre de Jesús. (detalle) |
Resalta especialmente en la composición el intento de movimiento que Valdés otorga a
la escena, desplazando las figuras de la Virgen, el Niño y san José hacia la izquierda y
colocando dos ángeles en el lado opuesto. Un sentimiento de emoción colectiva,
reflejado intensamente en los rostros, preside la expresividad física y anímica de todos
los personajes integrantes de la escena.
El enérgico contraste de luces y sombras que se advierte en la parte inferior de la
pintura refuerza con su intensidad, la emotividad de la escena, permitiendo también el
vigoroso contraste entre los tonos rosas, amarillos, azules y rojos que destacan en el
vestuario de la Virgen, san José y los ángeles.
Es pues, y a simple vista puede apreciarse, una verdadera maravilla de la pintura y una
hermosa postal de Navidad para felicitar a nuestros amigos.
 

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