Jose cerró los ojos con toda la fuerza que pudo reunir, no le importó que le dolieran los párpados. No había otro remedio. Se concentró en el origen del problema y se observó a si mismo revolviendo y destrozando el periódico de papá.
       -¡Estoy en el escritorio de mi padre!- anunció.
       Todos, sin dejar de empujar a la pareja, lo escuchaban atentamente con el alma en un puño.
       -¡Sí!- volvió a gritar- ¿Qué es lo que necesitamos para borrar un cuento? ¡ESTO!





       -¡Ahhh!
       Un grito de admiración brotó al unísono de todas las gargantas presentes al descubrir el objeto salvador.
       -¡Una goma de borrar!
       Jose no perdió un instante y se lanzó blandiendo la preciada arma en su mano sobre el sapo letrado.
       -¡Prepárate para soportar el dolor!- le aconsejó.
       Al sapito real nada le importaba un poco de dolor. Cualquier cosa valía la pena con tal de conservar su lustroso aspecto actual.
       ¡Cuanto trabajó Jose!
       Rozaba una y otra vez la rugosa y verdosa piel del sapo con la goma intentando borrar las palabras impresas en su cuerpo. Los habitantes de la charca no abandonaron ni un segundo la dura labor de mantener alejados al antiguo príncipe y a la princesa, pues la fuerza no cesaba. Hasta que de pronto...
       -¡Aquí está la palabra clave!- dijo el niño.
       "Y ellos se besaron..."
       La goma trabajó a destajo hasta que la palabra, "besaron", había desaparecido.
       Jose sacó un lápiz y escribió:
       "Y ellos se saludaron"
       -¡Aguantad! ¡Ya casi he terminado!
       La fuerza amainó pero el cuento continuaba.




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