Jose quería a su amigo y deseaba ayudarle pero también sabía que cambiar un cuento es tarea peligrosa y que siempre salen inocentes perjudicados.
       -¿Y que será de la princesa si no te encuentra? Se pondrá muy triste.- dijo el niño.
       -¡Croac rábanos! ¡No había pensado en croac eso!
       ¡Menudo dilema! Si entre los dos conseguían variar el cuento, que el sapito tenía grabado en la piel, la pobre princesita se quedaría sola para siempre. ¡Qué drama! Jose se rasco con energía la cabeza pensando estimular de este modo su materia gris. Mucho tendría que discurrir para solucionar el conflicto de intereses.
       De repente se puso de pie de un salto provocando una nueva avalancha del polvo amarillo del nenúfar que le servía de asiento.
       -¡Ya está! ¡Buscaremos otro sapo-príncipe de cualquier otro cuento y se lo mostraremos a la princesa! ¿Qué te parece?
       El sapo real recibió la idea con ciertas dudas.
       -Croac ¿Y que hará la croac princesa del otro croac cuento si el sapo se viene al mío, croac?
       -¡Oh! ¡Vaya! ¡Menudo rollazo!
       Pues si que lo era.
       Si tomaban ese camino tendrían que buscar otro sapo de otro cuento y después otro y otro hasta el infinito. No resolverían nada y no acabarían nunca. Jose se abandonó de nuevo sobre el butacón de pétalos blancos absolutamente derrotado.





       -¡Es demasiado difícil!- murmuró
       El sapo letrado ya estaba inquieto. El momento de acudir a la orilla en busca de la princesa se acercaba y él sabía que mientras continuase escrito en su lomo no podría evitar asistir a la cita. La fuerza misteriosa del cuento lo arrastraría aun en contra de su voluntad.
       -¡Croac, sujétame, por favor! ¡Siento como mis ancas se ponen en marcha!




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