![]() Carpín, el pez dorado, Jonás, la salamandra muy tranquila, la rana muy simpática, el pato enfurruñado, el pez que quería ser astronauta, la libélula aviadora y todos los demás habitantes de la charca, se abalanzaron raudos como flechas sobre los dos protagonistas. Jose intentaba denodadamente apartarlos con los brazos y los animales de la laguna se dividieron en dos patrullas de combate para retener a la princesita y al sapo en sus marcas. ¡Era imposible! Sudaban, jadeaban, resoplaban, aguantaban terribles dolores en los músculos producidos por tan sobreanimal esfuerzo pero todo era en vano. La testaruda fuerza del cuento podía con todos e iba acercando peligrosamente las bocas de anfibio y humano. La princesita gimoteaba. Temía que nunca cumpliría su sueño. ¡Jamás sería una famosa exploradora! El sapito hipaba de rabia. ¡Qué espanto! ¡Pronto se convertiría en un aburrido, triste y melancólico príncipe en vez de seguir siendo un sapo feliz! -¡NO! ¡No y no! Jose no se resistía a la tragedia. ¡Algo tenía que hacer! ¡Urgentemente! ¿Cómo romper la rueda del destino? ¿Cómo podría aniquilar la fuerza destructiva de aquel cuento? ¿Cómo podría cambiar lo escrito? -¡Muy fácil!- gritó- ¡Aguantad amigos! ¡Tengo la solución! ![]() Nadie aplaudió ni lo jaleó. Todos continuaban luchando hasta la extenuación por impedir la conclusión de aquella historia ya conocida. Pero al menos en sus corazones las palabras del niño encendieron una llamita de esperanza. Confiaban en Jose. Sabían que el sapo letrado lo había elegido para ayudarle y suponían que el chaval no lo dejaría en la estacada. ![]()
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