Para los nacidos tras la segunda guerra mundial el Estado del bienestar era un logro de
tiempos pasados que se había afianzado como un conjunto de derechos inalienables que parecían
emanar de la dignidad humana y que nos acompañarían a nosotros, a nuestros hijos y en algún
momento, no muy lejano, se extenderían por este mundo global afectando a la totalidad de los
seres humanos.
Hoy puede parecer pueril esta expectativa, pero hace menos de 10 años muchos mantenían esta
hermosa ilusión.
Sin embargo, la crisis económica que golpea a Europa parece haber determinado que el fin del
Estado del bienestar está cerca.
La sorpresa es grande para muchos ciudadanos que pensaban que sus derechos estaban garantizados
por las constituciones y las leyes de los estados democráticos. Pero la verdad es muy diferente.
Los derechos laborales y sociales se recortan a gran velocidad y amenazan con desaparecer en la
siguiente década, lo cual evidencia que sin concienciación social sobre la importancia de los
mismos y una actitud constante de lucha, los derechos terminan por decaer y desaparecer sin remedio.
Los últimos años de relajado disfrute nos han traído hasta aquí, hasta esta realidad en la que
los derechos sociales no son más que un recuerdo.
Aparecieron allá por el 1945 tras los horrores de la segunda guerra mundial y la crisis económica
anterior que muchos consideraron uno de los motivos fundamentales de la contienda mundial.
Parecía necesario involucrar a toda la sociedad en la ingente tarea de reconstrucción europea que
se tenía por delante y era obvio que si se mantenían las circunstancias sociales y económicas de
entreguerras esta colaboración no se hubiese producido a causa del descontento creciente. Recordemos que la situación economía de
entonces había conducido a la clase trabajadora a la más absoluta de las miserias y a los
pequeños propietarios, rentistas y jubilados al borde de la quiebra ya que todos sus ahorros se
volatilizaron.
Sin embargo, determinadas empresas y grandes grupos industriales salieron beneficiados. Por
ejemplo en Alemania por el desplome de la moneda, el marco, se hizo famoso el caso de Stinnes que
gracias a esta coyuntura incrementó hasta en diez veces su patrimonio.
Era evidente que unas clases siempre perdían y las otras siempre salían favorecidas.
El hartazgo de parte de la sociedad del momento por la situación de injusticia constante en la que
se vivía ya se dejaba notar en los movimientos ideológicos y políticos surgidos por entonces.
Las ideas comunistas y socialistas sacudían el mundo y muchos consideraban que la fuerza que
alcanzaron entonces era un estímulo para que el capitalismo se entregara con entusiasmo al
incipiente estado del bienestar como medio de alejar a las clases populares de ideas tan
perniciosas a cambio de una seguridad de derechos que le ofrecía el nuevo orden aparecido tras la
segunda guerra mundial.
Ahora que el comunismo ya está muerto, que el socialismo parece que se haya en los últimos
estertores ya no queda pues motivo alguno para apostar por este "buenísmo" capitalista.
Ahora los grandes poderes económicos y las grandes fortunas que siempre se han mantenido en las
mismas manos y que no han dejado de crecer desde que el ser humano tiene memoria, se sacuden
antiguos temores y se lanzan como aves de rapiña a acaparar los recursos y los beneficios
económicos. Y gracias a la máxima de Goebbels: Una mentira suficientemente repetida se convierte en verdad, ha llegado el fin del Estado del bienestar mediante la difusión reiterada de la idea de que no nos podemos permitir ni una sanidad ni una educación pública. Las cifras niegan la mayor. Pero a quién le importan las cifras. Por ejemplo, en España con la sanidad más barata de toda Europa disfrutábamos de la mejor cobertura y de una de las mejores atenciones al paciente, mientras que los políticos de la derecha siguen repitiendo que es inviable. Por su parte, dirigentes empresariales reiteran con insistencia el exceso de funcionarios incurriendo en otra mentira que una vez más las cifras dejan en evidencia. Somos el país con menor número porcentual de funcionarios por ciudadano. ¡Ay las cifras, que las carga el diablo!
Atrás quedaron ya los pactos sociales en los que trabajadores y empleadores gozaban de derechos y soportaban los
deberes a través de un sistema de equilibrios representado por los sindicatos en un lado y la
patronal en el otro. Ahora este sistema también ha caducado, convirtiendo a los sindicatos en la bestia negra de los poderes económicos. Ya no se considera que los trabajadores
tengan más derecho laboral que cobrar por lo trabajado (Y dando sumisamente las gracias). Las condiciones laborales quedan en manos del dueño de la empresa que como tal es propietario igualmente de bienes y de trabajadores. Como sucedía justo antes de la segunda guerra mundial.
La caída del muro nos ha catapultado a una nueva realidad en la que el que tiene puede y el que
no intenta desesperadamente sobrevivir y parece que no existen ánimos para comenzar de nuevo la lucha, a pesar de que es la
única alternativa existente. Nos espera pues una sociedad insolidaria, donde cada palo aguante su
vela y no se vea el interés de ayudar al más débil o al necesitado. Una sociedad pues donde el
más fuerte se beneficie aplastando al más débil y los derechos derivados de la dignidad humana sean de pago. El que los pague los disfrutará y los pagarán, como siempre, los de siempre. |