De cómo hemos pasado de ser interrumpidos, un día sí y otro también, durante la siesta por nuestro
banco que nos ofrecía una hipoteca por si se nos ocurría en qué podíamos emplearla, al "No hay
dinero" que hoy se repite sin cesar, hemos escuchado ya un sin fin de versiones con burbuja
inmobiliaria incluida, que si alguien aún no lo tiene claro, guarda mucha relación con grandes
beneficios de empresas y particulares que se emplearon en comprar pisos para ganar el doble con
la mayor rapidez y el mínimo esfuerzo posible. Ahora ya no hay dinero y cada siesta interrumpida se ha
convertido en un "activo tóxico" que, como su nombre indica, envenena lentamente la economía del
país.
Pero todos, a fuerza de repetirlo y escucharlo, sabemos ya que No hay dinero. Ni para I+D+I, que
nos iba a salvar de los males de nuestra ignorancia, ni para educación, que iba a ser nuestro
futuro, ni para sanidad, es decir, para salvar la vida de los enfermos y mucho menos si estos no
tienen pasaporte español, ni para cuidar de nuestros ancianos, que según la señora Lagarde del
Fondo Monetario Internacional, tienen la desfachatez de vivir demasiado. ¡Y quieren hacerlo
incluso en épocas de crisis! ¡Qué atrevimiento el de estos abuelos insolidarios!
Si nos fijamos en los datos económicos sobre la variación de los ingresos en España en los
últimos años nos damos cuenta de que todos nos hemos beneficiado en general (más general para unos que para otros, claro) de la tan traída y
llevada burbuja, pero mientras el incremento de riqueza de las clases populares es de un 60%, el
de las clases adineradas llega al 275%, que no está nada mal. Por eso cabe pensar, sin que le
califiquen a uno de izquierdista iluso, que a pesar de la pérdida económica sufrida desde el
estallido de la burbuja hay quien cuenta todavía con un buen volumen de riqueza a buen recaudo.
Tal vez esto tenga que ver con la larga lista de espera que las cajas de seguridad bancarias
están sufriendo. ¡No hay cajas fuertes suficientes para tantos bienes!
Es posible entonces que sí haya dinero, solo que está en el bolsillo de otro y no en del común de
los mortales. Y llegamos pues al punto que ya se olía desde el inicio de esta Mirada, al de la
"izquierda trasnochada e ilusa" que reclama que se busque el dinero donde este realmente se
halla, y no revolviendo en la faldriquera del jubilado o del asalariado. Pero la respuesta es
siempre la misma: esta idea es totalmente absurda porque ese dinero tiene un legítimo dueño y no
se puede violar la propiedad privada sin que se produzca un cataclismo económico que nos
afectaría a todos todavía más, si es que esto es posible. Porque estas grandes fortunas no han
sido robadas sino legalmente adquiridas gracias a los beneficios que todos nosotros hemos
producido adquiriendo y consumiendo los productos y servicios que esas grandes corporaciones nos
ofrecen y ninguna ley podría arrebatárselos, porque todos saben que los grandes capitales, en
contraposición a las personas, se mueven con libertad por el mundo, y si aquí no los miman con el
cariño y las atenciones que debería de disfrutar un pensionista en nuestro sistema sanitario,
pues salen huyendo a lugares donde los traten con mayor afecto y consideración, que son dineros con almas muy
sensibles. Lo son tanto que pueden argumentar abiertamente en propio favor, como ha sido el caso del empresario Adolfo Domínguez que sin complejos se libró de la careta y nos contó como añora los tiempos pasados en
los que los empresarios textiles se aprovechaban de la falta de legislación para explotar a sus
trabajadores que, como son unos vagos redomados, si nos son presionados al máximo no dan un palo al
agua. Lo llamó el "elogio de la pereza que defiende la izquierda" Esto es lo significan para un tipo de
empresario los derechos sociales, un elogio a la pereza.
Claro que es fácil hacer estas declaraciones cuando no te tienes que cruzar con un jubilado
enfermo en la sala de espera de un hospital de la seguridad social que te afee la conducta ni te
lo encontrarás en la cola para comprar pan ni lo verás en una playa de Torremolinos acompañado de toda la familia
dominguera que te vuelva la espalda con disgusto, ni te cruzarás con un indigente que te
pregunte por qué tanto te molesta ofrecerle un poco de calderilla para que no se muera ahí, en la
calle, delante de tus narices procurándote un muy desagradable espectáculo. Efectivamente, esta es
la máxima mil veces repetida: si yo no consumo estos servicios ¿por qué voy a tener que pagarlos? ¿Si nunca tengo que
cruzar por un barrio marginal, por qué va a molestarme la pobreza?
Mejor ni mencionar la palabra solidaridad porque las carcajadas que produce molestan las siestas
de los marcianos en su lejanísimo planeta rojo natal. Y tampoco viene a cuento mencionar el
pequeño detalle de que si la gente se empobrece demasiado no podrá adquirir tus productos. Otra
chorrada de la izquierda. En este mundo global y con la rapidez de movimiento del capital lo que
sobran son países en los que sí puedan comprar lo que vendes. No existe pues manera de argumentar
a favor de que cada uno pague impuestos en realidad proporcionales a su nivel de renta. No lo
hay.
No podíamos dejar de mencionar a las famosas SICAVS que son un instrumento financiero para que
al menos un pellizquito de las grandes fortunas repercuta en la sociedad. Con mucho cariño y
respeto se les facilita a las personas más adineradas un sistema por el cual gestionar su
patrimonio particular evadiendo impuestos, como muchas veces han denunciado los inspectores de
Hacienda.
O sea, que no solo no podemos forzarlos a la solidaridad sino que además les echamos una mano
para que se beneficien todavía más a cambio de que no huyan despavoridos con su pecunio a lugares
más cálidos y soleados que la España helada por los recortes y la miseria creciente.
Pero siempre hay salidas para todo, hasta para las situaciones más angustiosas, aunque muchos las
calificarán de "ocurrencias, ilusiones trasnochadas o delirios de progres pasados de moda".
Estamos acostumbrados a ello. A lo largo de la historia otras ideas a priori delirantes como la
abolición de la esclavitud, el voto universal, la igualdad de hombres y mujeres etc., han sido
calificadas en algún momento de este modo despectivo.
Cierto es que las soluciones nunca son fáciles, si no pertenecen a un cuento ni son rápidas, si
no son parte de una película del domingo por la tarde. Los cambios deben ser profundos y tardarán
en suceder y dar sus frutos, pero ya muchas voces hablan del poder global de Internet, de las
redes sociales y del conocimiento y de la información que por ellas se trasmite a velocidad de la
luz.
No creo que esta generación llegue a ser testigo de ello, pero eso no es óbice para que se
detenga el avance por este camino, el de la concienciación del ciudadano de que ya no es tal sino un
simple consumidor. Y ese es su poder, el único con el que cuenta en la actualidad. Debe pues ser
consciente de que con el poco o mucho dinero que cuente en el bolsillo puede apoyar o rechazar un
sistema económico insolidario que solo se preocupa de la cuenta de resultados y no del bienestar
de las personas. Adolfo Domínguez no va a lamentar que cuatro descamisados, que por otra parte
nunca dispusieron de dinero suficiente para comprar en sus tiendas, decidan no volver a entrar en
ellas. Sin embargo, tal vez si elegimos bien donde adquirimos los bienes que necesitamos para
vivir y no frecuentamos según qué lugares, es posible que algún cliente habitual de este tipo de
recinto exclusivo vea menguar sus pingües beneficios y entonces comience a considerar que la
palabra solidaridad no es tan absurda como pensaba y puede sacarle alguna utilidad.
En estas estamos, en buscarle una utilidad a la solidaridad para que no levante oleadas de
carcajadas y pueda ser vista como un elemento rentable. Es verdad que suena horrible y da repelús
leerlo, pero así están las cosas. El altruismo huele a secta peligrosa, a buenismo del malo y a
rojos del paleolítico. Hoy tenemos que hacer campañas publicitarias sobre la solidaridad
elaborando ratios de rentabilidad que convenzan a muchos de que es una bicoca y que se van a
hinchar con este asunto.
Esperemos que Internet y esas redes sociales que a veces solo sirven para pasar el rato
disfrutando de chascarrillos más o menos ingeniosos, valgan también para unir a la ingente masa
de consumidores mundiales y que al fin, de una vez por todas, puedan ellos mismos establecer las
reglas y el tipo de sociedad en la que quieren vivir y que no sea la minoría de siempre la que
desde tiempos inmemoriales mantiene sus privilegios intactos dándole la espalda al resto de la
sociedad.
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